NUESTRAS HERRAMIENTAS

ROVIE

La historia de la creación de nuestro primer robot submarino para inspecciones en el ecosistema acuático. De dónde partió la idea, cómo fue lanzarlo por primera vez al mar, y cuándo llegamos a los 300 metros de profundidad.

¿Cómo concretamos el desarrollo de un robot con inteligencia artificial para monitoreo submarino?

Gracias a un trabajo colaborativo y las ganas de aportar con desarrollo tecnológico “Hecho en Chile” a las industrias de nuestro país. 

Chile es el segundo productor mundial de salmones después de Noruega. Y es que gracias a las grandes extensiones de mar que tenemos y a las características idóneas de temperatura y oxigenación presentes en el sur del país, esta industria se ha convertido en una de nuestras principales actividades económicas.

Paradójicamente, estas mismas condiciones son las que dificultan la operación de los centros de cultivo. En este entorno, los seres humanos se ven enfrentados a constantes lluvias, bajas temperaturas y vientos que convierten el monitoreo del fondo marino en una actividad peligrosa y restrictiva, por la presión que existe en esas profundidades.

Con estas inquietudes llegó a nosotros en 2017 Violeta León, gerenta general y socia de Tri Chile, empresa dedicada al monitoreo submarino para la industria del salmón, quien buscaba desarrollar un sistema de reparación de mallas, utilizando vehículos operados en forma remota. Algo similar a un dron, pero submarino, conocido como “Remotely Operated Vehicle”, ROV.

Así, nos dimos cuenta de que no existía un ROV chileno, ya que todos los que se utilizaban acá eran importados desde Estados Unidos, Canadá o China, entre otros. Desde entonces comenzamos a investigar los productos existentes imponiéndonos la tarea de desarrollar I+D+i propia, local, hecha en Chile. Y al año siguiente, obtuvimos los recursos para desarrollar nuestro dron submarino.  

Manos a la obra

Los desafíos fueron tremendos. Contábamos con escasa experiencia en centros de cultivo y estábamos bastante lejos de Puerto Montt. Técnicamente, el reto también era inmenso. No solo teníamos que crear un producto con un diseño hidrodinámico resistente al agua salada y robusto, sino que además debíamos ser capaces de ingeniar un sistema de control que permitiera la comunicación a 300 metros bajo el nivel del mar. Por otra parte, era necesario que el equipo tuviera una gran potencia, sin que mermara su autonomía o los tiempos de monitoreo.

Sin embargo, estábamos decididos. Sabíamos que la industria local, en general, era reticente a la innovación. Pocos invierten en desarrollo tecnológico propio, incluso cuando comprar los productos existentes en el mercado signifique no contar con lo que realmente necesitan. Pero queríamos dar el salto y demostrar que en Chile podemos crear inteligencia artificial para nuestras industrias.

Después de un año logramos adjudicarnos un fondo CORFO que nos permitió acelerar el proceso. Contábamos con recursos cien por ciento enfocados en el proyecto, con vínculos con empresas del sector que se entusiasmaron al ver que nuestro producto iba tomando forma, y con la empresa Manglar Labs a cargo del desarrollo electrónico.